Foto del cadáver profanado de Juan Domingo Perón, cementerio de la Chacarita, junio de 1987. El cadáver de Perón como el de Evita, en su momento, fueron objeto de profanación.
El traslado de los restos de Perón hacia el Mausoleo de San Vicente despertó de su agonía a uno de los mayores enigmas de la historia argentina.
Según el equipo de investigación del Diario CLARIN de Buenos Aires, en el libro La segunda muerte, de Editorial Planeta, los periodistas David Cox y Damián Nabot ofrecen una resolución a ese formidable misterio.
La tumba de Juan Domingo Perón, que tras el golpe del 76 fue llevada al cementerio de la Chacarita, fue profanada el 10 de junio de 1987. Desconocidos abrieron la bóveda, el ataúd y con una sierra eléctrica cortaron las manos del cadáver, que se llevaron junto a un anillo, el sable militar, una capa y una carta manuscrita con un poema que había dejado sobre el féretro la viuda Isabel, María Estela Martínez de Perón. Ese poema fue fragmentado en tres y sus partes se enviaron a diputados peronistas, junto a un anónimo escrito a máquina donde los profanadores informaban de su obra y pedían un rescate de 8.000.000 de dólares. El anónimo llevaba una firma: Hermes Iai y los 13.
Cox y Nabot sostienen que la firma encierra el misterio. Consultaron libros esotéricos, husmearon en las mitologías del Antiguo Egipto hasta delinear las características del ritual de los profanadores. En su búsqueda encontraron que Hermes ( Toth ) es una deidad sincrética grecoegipcia del mundo de los muertos, que Iai significa la rebelión en el tránsito entre la vida y la muerte, y que 13 son las partes en que se divide el cuerpo, según creencias ancestrales, al momento de ir hacia el otro mundo.
La mutilación del cuerpo de Perón fue un crimen ritual, sostiene el libro. Según Cox y Nabot, la profanación cumplió con un rito destinado a privar a un cadáver de algunos de sus miembros, para que el alma del muerto no pudiera completar su tránsito hacia el más allá en paz. Ese rito, dicen, es acorde a las creencias de la logia masónica Propaganda Due ( P 2 ).
Cox y Nabot accedieron al archivo personal del empresario y fascista italiano que lideraba la logia, Licio Gelli. Allí dieron con libros de Cagliostro y otros expertos en esoterismo y rituales ancestrales.
La viuda de Perón y su abogado, Dr. Humberto Linares Fontaine, no creen en esta pista.
Uno de los secretos mejor guardados del expediente judicial, es que los profanadores tenían contactos importantísimos en el poder. Esto se comprueba con un solo dato: si bien los profanadores rompieron el techo de la bóveda de la familia Perón y rompieron el vidrio que protegía al cadáver, lo hicieron sólo para disimular. Las pericias demostraron que la tumba había sido abierta con sus correspondientes llaves. Eran 10 en total, una para la cerradura de la bóveda y otras nueve para la puerta de vidrio de 170 kilos que protegía el frente del ataúd.
El Dr. Jaime Far Suau fue el primer juez que tuvo a su cargo la investigación de la profanación. Siguió decenas de pistas falsas o que conducían a ninguna parte y soportó amenazas y dos intentos de asesinato. Finalmente, un año después de la profanación, murió en un extraño accidente, cuando su automóvil pinchó una goma y se desbarrancó.
Hasta el traslado del cadáver a la Quinta de San Vicente - 17 de octubre de 2006 -, el juego de llaves original se guardó en la Escribanía General de la Nación. Allí estuvo desde 1976, cuando la dictadura trasladó los restos de Perón desde la Quinta de Olivos hasta el cementerio de la Chacarita.
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